Pablo Ricardo Silva Guadarrama
Ciega por el resplandor de mi esposo, pues el sol lo respalda, confiaré en la esperanza del tamaño del hoyo. Giro hacía él. Oigo gritar mi nombre, mientras el cuchillo atraviesa mi estómago. Estoy enredaba en unas vísceras, pero debo llegar, ya que los niños, aunque pelean, deberían oírme. Entre la penumbra, la luz del hoyo me ofusca, poco a poco me muestra una figura de un niño hermoso con una piedra incrustada en la cabeza y a otro desconcertado en su naturaleza.